Simone de Beauvoir, Encuentro 1: Pequeña biografía de una joven formal

Simone de Beauvoir (1908-1986), fue una literata y filosofa de nacionalidad francesa, y un gran referente en el feminismo de la segunda ola y en el existencialismo. Pertenenció a una familia de clase alta durante algún tiempo, gracias a su abuelo materno, quien era presidente del banco Meause, pero, cuyos negocios se arruinaron tras la primera guerra mundial, lo cual llevó a la familia a declararse en quiebra.

Su Padre Georges De Beauvoir, fue un hombre culto y ateo. Su madre Françoise Brasseur, era una mujer religiosa que infundo en Simone y en su hermana Hélène –apodada Poupette-, la creencia en Dios.

Simone describió en Memorias de una joven formal¹, —primera parte de cuatro volúmenes autobiográficos— como percibía a cada uno de sus padres en la infancia. De Françoise, recordaba los sentimientos amorosos que le inspiraba, y aquella expresión de enojo en el rostro que la hacía necesitar de su sonrisa. De Georges, rememoró lo mucho que la hacía reír y su ingenio al jugar con ella; no obstante, no percibía que él tuviera un papel definido en su vida sino hasta más tarde.

Simone tuvo una educación religiosa. De sus profesoras y de su madre aprendió a pasar inadvertida en sociedad, a no mostrar sus deseos y a saber diferenciar los comportamientos adecuados de los que no lo eran. De su padre tomó el gusto por la lectura, desde pequeña la incitó a leer y a escribir. El contraste entre sus padres podía llegar a confundirla.

«[…] papá no iba a misa, sonreía cuando tía Margarite comentaba los milagros de Lourdes: no creía. Ese escepticismo me impresionaba, a tal punto que me sentía investida por la presencia de Dios: sin embargo, mi padre nunca se equivocaba: ¿Cómo explicar que pudiera cegarse sobre la más evidente de las verdades?²»

Tener padres con puntos de vista opuestos sobre la religión, sumado a sus propias vivencias, ocasionaron que su creencia en Dios se fuera debilitando, hasta que finalmente en la adolescencia se declaró atea.

«Una noche en Meyrignac me asome como tantas otras noches a mi ventana: un cálido olor a establo subía hacia el cielo; mi oración se elevó débilmente, luego cayó. Yo había pasado el día comiendo manzanas prohibidas y leyendo […] “Son pecados”, me dije. Imposible seguir haciendo trampa: la desobediencia sostenida y sistemática, la mentira, los sueños impuros, no eran conductas inocentes. Hundí mis manos en la frescura de la enredadera, escuche el gluglú del agua y comprendí que nada me haría renunciar a las alegrías terrenales. “Ya no creo en Dios”, me dije sin gran asombro […] siempre había pensado que frente al precio de la eternidad este mundo no contaba: Contaba puesto que yo lo quería y de pronto el que no pesaba en la balanza era Dios³.»

Tras confesar su falta de creencia en Dios, Simone notó que su madre la comenzó a percibir desde entonces y para siempre como un alma en peligro. «La niña violeta», así la llamaba Françoise refiriéndose a su carácter obstinado. Por el otro lado, aún con la falta de fe, a su padre tampoco logró complacerle. Georges solía decir aludiendo a su inteligencia «Simone tiene un cerebro de hombre, Simone es un hombre⁴.», y aunque le satisfacía que ella y Poupette tuvieran un nivel intelectual elevado, también le parecían raras sus ideas acerca de triunfar, la menor como pintora y la mayor como escritora. Al parecer el éxito era algo exclusivo de los hombres, y quizá por ello las buscaba persuadir para que olvidaran sus sueños y en cambio buscaran un trabajo que le asegurara sueldo y jubilación.

Si bien con el paso del tiempo y la madurez de su pensamiento Simone consideró y plasmo en sus escritos que la religión y los mitos sexuales no eran más que una forma de dominar al ser humano, desde temprana edad yació en ella una rebeldía intensa ante cualquier intento de dominación.

«En cuanto presentía. razonablemente o no, que abusaban de mi ingenuidad para manejarme me encabritaba […] [decían] “Simone es terca como una mula.” Saque ventaja. Tenía caprichos; desobedecía por el mero placer de no obedecer. En las fotos de familia, saco la lengua, vuelvo la espalda […] Esas leves victorias me alentaron a no considerar como insalvables las reglas, los ritos, la rutina⁵[…].»

Fue también a temprana edad cuando se empeñó en hacerse un lugar como escritora, pensadora o cualquier cosa que no le llevara al mismo destino aburrido de las mujeres de su época: casarse y tener hijos. Uno de sus principales intereses fue la docencia, Poupette fue su primera alumna:

«Enseñando a mi hermana lectura, escritura, calculo, conocí desde los seis años el orgullo de la eficiencia⁶ […]» «Gracias a mi hermana —mi cómplice, mi sujeto, mi criatura— yo afirmaba mi autonomía⁷.»

Pero ni su prematura madurez, ni inteligencia la salvaron de que a los dieciséis años se concibiera como una "mojigata". En su familia no le permitían usar maquillaje, tenía que leer a escondidas libros que se consideraban no aptos para su edad o sexo, sentía como torpe a su cuerpo y no sabía qué hacer con él, la sexualidad le asustaba.

Para 1926, inició con los trámites para entrar a la universidad, con éxito comenzó su formación en La Soborna, tuvó como compañeros a Merleau Ponty y Claude Levi-Strauss. En 1929, se tituló en letras siendo la estudiante francesa más joven en conseguirlo; y para inicios de ese mismo año conoció al hombre con quien mantendría una relación peculiar por el resto de su vida, Jean-Paul Sartre.

Sartre y sus amigos: Paul Nizan y Rene Maheu, le parecían herméticos. Al parecer su atención se centraba en los cursos que tenían que tomar y en hacer bromas pesadas a sus compañeros. Sartre era el peor del trío. Por lo demás, se mantenían alejados de todos. Cuando el autor de La náusea, la invitó a reunirse con ellos se sintió dichosa. Todos los días se juntaban a estudiar, él la sorprendía con sus amplios conocimientos sobre casi todo. 

«[…] él era el que sabía mucho más: nosotros nos limitábamos a escucharlo. Yo trataba a veces de discutir[…] […]pero Sartre siempre salía ganando. Imposible guardarle rencor […] ‘Es un maravilloso entrenador intelectual’, anotaba yo en mi diario⁸.».

En La plenitud de la vida⁹ —segunda parte de su autobiografía—, Simone narró el goce que sintió a los veintiún años tras independizarse de sus padres y mudarse a París. Pagaba el alquiler de un cuarto a su abuela quien la respetaba como a cualquier huésped. Una vez en libertad, comenzó a interesarse por la ropa y empezó a maquillarse, aunque no fuera muy hábil haciéndolo. En el texto también usó muchas líneas para describir sus paseos a pie. Caminar fue una de sus actividades favoritas, pues en ella afirmaba su libertad.

De igual forma, dedicó cientos de palabras para contar sus vivencias con Sartre. Él le encantó por su manera de pensar sin frenesí, pero, sobre todo, por hacerla reflexionar sobre lo que más le interesaba: ella misma. El vínculo fué necesario entre ellos, y tuvo como pilar el fundamento de la existencia humana: la libertad. De Beauvoir asqueada de las costumbres burguesas acepto una relación abierta, honesta y transparente, la cual incluía entre otras cosas apertura para tener otras parejas, siempre y cuando las consideran como contingentes.

En 1937, terminó de escribir su primera novela: Primaldad de lo espiritual, que fue rechazada y no vio la luz sino hasta cuatro décadas después, por lo que su primera novela publicada fue La invitada, en 1943. En 1944 fundó junto a Merleau Ponty, Sartre y otros intelectuales la revista Tiempos modernos¹⁰, de tintes comunistas, que serviría como medio de expresión del pensamiento existencial.

Para 1947, conoció al escritor Nelson Algren, con quien mantuvo una de las relaciones contingentes más significativas de su vida, y a quien llegó a escribirle poco más de trescientas cartas que se publicaron de forma póstuma en un compendio llamado, Cartas a Nelson Algren: Un amor transatlántico. En el tercer volumen de su autobiografía, La fuerza de las cosas, declaró que, aunque Sartre no hubiera existido, ella tampoco habría dejado Francia para residir en Chicago a lado de Algren, pues vivir ahí hubiera mermado sus posibilidades de escribir¹¹. Ese mismo año publicó El segundo sexo, —libro del que hablaremos en nuestro segundo encuentro— un tratado filosófico que provocó escándalo al considerarse una afrenta a la decencia sexual de ese tiempo.

Siempre activa en los movimientos sociales, dos años después de firmar El manifiesto de los 121, en el que se postuló contra el colonialismo por considerarle un sistema de opresión, Simone y Sartre visitaron Cuba para reunirse con Ernesto Guevara, y regresaron varias veces. En 1968 apoyó al movimiento estudiantil. En los años setentas, cuando las integrantes del Movimiento por la liberación de la mujer acudieron a solicitarle su apoyo se proclamó a favor del aborto.

En 1970 publicó La vejez¹², un estudio exhaustivo sobre el tema, en el que hace un llamado para reconocer la senilidad y critica la discriminación que viven los ancianos, sobre todo en sociedades capitalistas que suelen exaltar la productividad como valor supremo. De Beauvoir anuncia: 

«La vejez parece un secreto vergonzoso del cual es casi indecente hablar¹³.»

Sartre murió en 1980, y al año siguiente Simone narró de forma emotiva pero realista los últimos años del filósofo y su relación con él, en un texto titulado La ceremonia del adiós¹⁴, que inicia y concluye con bellas palabras que al mismo tiempo expresan crudas verdades:

«Cuando éramos jóvenes y al término de una discusión apasionada uno de los dos triunfaba con brillantez, le decía al otro: «¡Lo tengo en la cajita!» Usted está ahora en la cajita; no saldrá de ella y no me reuniré con usted; aunque me entierren a su lado, de sus cenizas a mis restos no habrá ningún pasadizo¹⁵. […] Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tanto tiempo¹⁶.»

En 1984 publicó Final de cuentas¹⁷ —la cuarta y última parte de su autobiografía—. Ahí se declaró oficialmente feminista y respondió a algunas de las acusaciones y reproches que solían hacerle, como el hecho de pedir independencia para las mujeres cuando ella siempre había "dependido" de Sartre, o la duda sobre si sus escritos eran en verdad de su autoría o había que atribuírselos a Jean-Paul.

La muerte puso punto final a su vida el catorce de abril de 1986. Al camposanto le acompañaron cientos de personas, entre ellas sus hijas —militantes del movimiento feminista—, quienes corearon para despedirla: 

«Nosotras que no tenemos pasado/ las mujeres/ nosotras que no tenemos historia/ desde la noche de los tiempos/ las mujeres/ ¡somos el continente negro! / ¡En pie, las mujeres esclavas! / ¡Rompamos nuestras trabas! / ¡En pie! / ¡En pie!¹⁸»

Sus restos descansan hasta la fecha en el cementerio de Montparnasse, a lado de la tumba de Sartre; con el anillo que le regaló Nelson…

En la actualidad, De Beauvoir es un referente obligado para los interesados en los estudios género y los derechos de la mujer. Prueba de ello es la creación en 2008 del premio Simone de Beauvoir por la libertad de las mujeres. Más su contribución no termina ahí, Castor —como le apodó Mahuad— también incursionó en temas como la senilidad y la ética del movimiento existencial; además de ser la autora de novelas como Los mandarines, ganadora del premio Goncourt en 1954 y La mujer rota, sólo por mencionar algunas.

«¡Mujeres: se lo debéis todo!¹⁹». Cuánta razón tenía el cineasta Claude Lanzmann cuando afirmó esto durante el entierro de Simone, quien trabajó arduamente para ganarse un lugar dentro de la filosofía y la literatura lográndolo con excelencia, tal como lo había proyectado para sí en su juventud.

«Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia.»
-Simone de Beauvoir

Referencias

1. De Beauvoir, S. (1958). Memorias de una joven formal. Sudamericana: Buenos Aires.

2. Ídem; p. 23.

3. Ídem; p. 72.

4. Ídem; p. 64.

5. Ídem; p. 9.

6. Ídem; p.25.

7. Ibid.

8. De Beauvoir, cit., p. 174.

9. De Beauvoir, S. (1961/2017). La plenitud de la vida. Debolsillo: Buenos Aires.

10. Bakewell, S. (2016). En el café de los existencialistas: Sexo café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador. Ariel: España.

11. De La Cueva, C. (2018). Un paseo por la vida de Simone De Beauvoir. Lumen: Barcelona.

12. De Beauvoir, S. (1970/2012). La vejez. Debolsillo: Buenos Aires

13. Ídem; p. 7.

14. De Beauvoir, S. (1981/2008). La ceremonia del adiós. Edhasa: Barcelona.

15. Ídem; p. 9.

16. Ídem; p. 254.

17. De Beauvoir, S. (1984/1990). Final de cuentas. Edhasa: Barcelona.

18. De la Cueva, cit., p. 112.

19. Ídem; p. 6.

*Entrada revisada y editada. Originalmente escrita y publicada el 19 de enero del 2019 en: https://encuentroexistencialps.wordpress.com/2019/01/29/encuentro-1-pequena-biografia-de-una-joven-formal/

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